martes, 7 de mayo de 2013

Final cuento



El río
Julio Cortázar

Y sí, parece que es así, que te has ido diciendo no sé qué cosa, que te ibas a tirar al Sena, algo por el estilo, una de esas frases de plena noche, mezcladas de sábana y boca pastosa, casi siempre en la oscuridad o con algo de mano o de pie rozando el cuerpo del que apenas escucha, porque hace tanto que apenas te escucho cuando dices cosas así, eso viene del otro lado de mis ojos cerrados, del sueño que otra vez me tira hacia abajo. Entonces está bien, qué me importa si te has ido, si te has ahogado o todavía andas por los muelles mirando el agua, y además no es cierto porque estás aquí dormida y respirando entrecortadamente, pero entonces no te has ido cuando te fuiste en algún momento de la noche antes de que yo me perdiera en el sueño, porque te habías ido diciendo alguna cosa, que te ibas a ahogar en el Sena, o sea que has tenido miedo, has renunciado y de golpe estás ahí casi tocándome, y te mueves ondulando como si algo trabajara suavemente en tu sueño, como si de verdad soñaras que has salido y que después de todo llegaste a los muelles y te tiraste al agua. Así una vez más, para dormir después con la cara empapada de un llanto estúpido, hasta las once de la mañana, la hora en que traen el diario con las noticias de los que se han ahogado de veras.
Me das risa, pobre. Tus determinaciones trágicas, esa manera de andar golpeando las puertas como una actriz de tournées de provincia, uno se pregunta si realmente crees en tus amenazas, tus chantajes repugnantes, tus inagotables escenas patéticas untadas de lágrimas y ajetivos y recuentos. Merecerías a alguien más dotado que yo para que te diera la réplica, entonces se vería alzarse a la pareja perfecta, con el hedor exquisito del hombre y la mujer que se destrozan mirándose en los ojos para asegurarse el aplazamiento más precario, para sobrevivir todavía y volver a empezar y perseguir inagotablemente su verdad de terreno baldío y fondo de cacerola. Pero ya ves, escojo el silencio, enciendo un cigarrillo y te escucho hablar, te escucho quejarte (con razón, pero qué puedo hacerle), o lo que es todavía mejor me voy quedando dormido, arrullado casi por tus imprecaciones previsibles, con los ojos entrecerrados mezclo todavía por un rato las primeras ráfagas de los sueños con tus gestos de camisón rídiculo bajo la luz de la araña que nos regalaron cuando nos casamos, y creo que al final me duermo y me llevo, te lo confieso casi con amor, la parte más aprovechable de tus movimientos y tus denuncias, el sonido restallante que te deforma los labios lívidos de cólera. Para enriquecer mis propios sueños donde jamás a nadie se le ocurre ahogarse, puedes creerme.
Pero si es así me pregunto qué estás haciendo en esta cama que habías decidido abandonar por la otra más vasta y más huyente. Ahora resulta que duermes, que de cuando en cuando mueves una pierna que va cambiando el dibujo de la sábana, pareces enojada por alguna cosa, no demasiado enojada, es como un cansancio amargo, tus labios esbozan una mueca de desprecio, dejan escapar el aire entrecortadamente, lo recogen a bocanadas breves, y creo que si no estaría tan exasperado por tus falsas amenazas admitiría que eres otra vez hermosa, como si el sueño te devolviera un poco de mi lado donde el deseo es posible y hasta reconciliación o nuevo plazo, algo menos turbio que este amanecer donde empiezan a rodar los primeros carros y los gallos abominablemente desnudan su horrenda servidumbre. No sé, ya ni siquiera tiene sentido preguntar otra vez si en algún momento te habías ido, si eras tú la que golpeó la puerta al salir en el instante mismo en que yo resbalaba al olvido, y a lo mejor es por eso que prefiero tocarte, no porque dude de que estés ahí, probablemente en ningún momento te fuiste del cuarto, quizá un golpe de viento cerró la puerta, soñé que te habías ido mientras tú, creyéndome despierto, me gritabas tu amenaza desde los pies de la cama. No es por eso que te toco, en la penumbra verde del amanecer es casi dulce pasar una mano por ese hombro que se estremece y me rechaza.

Final
  Ese hombro que se vuelve completamente loco al no saber,  si tu todavía  deseas permitirle a mis pequeños dedos que recorran tu piel de la cabeza a los pies marcando finamente tu figura maravillosa de mujer, sabes pequeña dulzura mía, desde que estas más  distante día a día me siento perdido en un bosque  con tanta maleza y no encuentro principio ni fin a esa pesadilla que hace pocos días vivimos, si supieras que en aquella mañana cuando  que me dirigía al trabajo muy sonrientemente  mi hermano que vivía en San Pedro  acababa de fallecer por un accidente automovilístico cuando esa noticia llego por medio de este aparatito llamado teléfono  perdí la noción del tiempo creía que lo que había escuchado era solo un mal sueño y que al despertar,  te abrazaría más fuerte que nunca  y te repetiría tiernamente lo mucho que  “Te amo” , después me vestiría y saldría de casa para mirar a mi hermano, sin embargo la realidad era otra, recuerdo muy bien que en aquella mañana te pedí que te pusieras más hermosa que nunca para que en la tarde fuéramos a cenar  y puedo decir que las cosas que había planeado para ese día no sucedieron como las había planeado, por lo que te deje plantada en aquel restaurante que había reservado para solo nosotros dos, reconozco que debí avisarte inmediatamente para que estuvieras  enterada de la fatal tragedia, pero en estos momentos solo puedo decir lo siento ya que mis pensamientos solo se cerraron en el dolor.
Después cuando trate de explicarte lo sucedido lo primero que escuche de tus labios fueron gritos y reproches, luego dijiste ya no me hables ni me molestes que estoy muy ocupada así como tú, después de ese momento un silencio amargo envolvió  nuestro hogar  y el distanciamiento de nuestros cuerpos inmediatamente surgió y no había dicho nada  porque la verdad yo también estoy muriendo en un silencio inmenso que me provoca tu rechazo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario